sábado, 25 de agosto de 2007

La tendencia a lo largo de los años, pese a los cambios evolutivos que ha experimentado la evaluación, ha sido a un constante interés por parte de los alumnos a la nota final, es decir, al resultado numérico del proceso de aprendizaje.
Comparto el comentario expuesto en el texto del Sr. Miguel Angel Santos Guerra al señalar que se sentiría defraudado de sus alumnos si éstos se viesen más interesados por la calificación y que el aprendizaje fuera un asunto marginal. Tener como objetivo principal la acreditación del conocimiento a través de un título que así lo fundamente es preocupante a la hora de lograr obtener, como docentes, buenos resultados de aprendizaje en los alumnos.
Pero según mi parecer, para conseguir dichos fines es innegable considerar las concepciones previas del evaluador, sobre todo en lo que respecta al concepto de inteligencia. Como lo plantea el autor, se piensa que la inteligencia es algo dado, inmodificable, por lo tanto el docente cae en la "clasificación" de sus alumnos en grupos "iluminados" y los "fracasados", no permitiendo a estos últimos su ascenso en el escalafón creado por el profesor. Quien actúe de tal forma, su método de enseñanza va a ser cuastionable, puesto que si no es cpaz de lograr un avance en el grupo "inferior" es simplemente el resultado de su trabajo, es decir, su deficiencia como "maestro". Ello lo lleva a negar su responsabilidad en el fracaso de los que aprenden.
Como último punto a destacar cabe mencionar que la evaluación permite apreciar la actitud tomada por el profesor y he llegado a la conclusión que todo depende de esta actitud, es el docente quien, mediante la ejecución de su método de enseñanza va a crear e influir en la conducta de sus alumnos cuando éstos consideren la evaluación no como un castigo, sino como un proceso continuo en donde lo más importante es el logro a nivel intelectual, es decir, lograr el objetivo: APRENDER...